Ellas.
Recordemos el
momento en el que nos conocimos.

Lo que recuerdo
es que fue la universidad, las horas en cafetería arreglando el mundo y
quejándonos de la carrera, las noches con vodka, las tardes con cervezas (y mi
agua embotellada), las risas de acabar llorando, las penas de llorar tristezas
y las risas que volvieron otra vez para sobreponerse a todo lo malo que viniera
(y venga).

También recuerdo la sensación de confort que me invadió cuando empecé a conoceros, cuando empecé a sentir que estaba con personas que eran HOGAR, con mayúsculas y mucho énfasis.
Mención especial
a todas aquellas tardes de biblioteca en las que las horas (y horas, y horas, y
horas) de estudio parecían no ser nada en comparación con nuestra media hora (larga) de descanso en el que daba igual lo que nos preocupara, siempre
acabaríamos sujetándonos el vientre por el dolor causado gracias a las risas.
El universo pensó
que sería gracioso juntar a mentes que se sincronizaran tan bien que daría
miedo, que daría amor, que daría cariño incondicional, que daría VIDA.
Estamos creciendo
y madurando, estamos descubriendo y redescubriendo la vida, estamos acabando de
decir lo que queremos y lo que definitivamente NO queremos. Siendo el
denominador común en todo esto nuestras conversaciones con un té delante (o un cubata, que sabemos que es el antiséptico de las decepciones).

Ojalá encontréis
este tipo de amor tan sano (porque no todo son películas románticas).

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